Desde una atalaya natural tapizada de verdor, el hijo de Dios bendice y protege a la ciudad. Con sus brazos abiertos, como si quisiera cobijar eternamente a la urbe de tejas coloradas que está allá abajo, contempla las calles, las plazas y las montañas que preceden al horizonte diáfano y ajeno a las lluvias.
Día perfecto. Día de cielo despejado en la cumbre de una montaña sagrada, desde mucho antes de que el nombre de Cristo se escuchara en esta tierra. Sí, desde aquellos tiempos en los que los gobernantes eran los orgullosos hijos del Sol y en los templos del “ombligo del mundo” se adoraban a otras divinidades.
Pero la historia es cambiante y está llena de matices. Y el hijo de Dios, cuya palabra se oyó en los Andes a través de las voces de los conquistadores (o invasores) españoles, hoy se muestra imponente en Puca Moqo (la Montaña Roja en español), uno de los cerros que rodean al Cusco.
En Puca Moqo, los antiguos cusqueños hacían ceremonias y rituales a la Pachamama. Era tanta su importancia que los incas llevaban a la cumbre del cerro, tierra de los cuatro suyos, las regiones o provincias de su imperio, el Tawantinsuyo.
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El origen del Cristo Blanco
No fueron los devotos españoles ansiosos de asegurarse un lugarcito en el cielo. Tampoco fue la iniciativa de un obispo entusiasta, y, menos aún, la obra de una autoridad política en busca de votos o del perdón de varios pecadillos. Ninguna de las anteriores. El Cristo Blanco tiene un origen distinto y quizás hasta sorprendente.
Y es que su historia está relacionada con la II Guerra Mundial (1939-1945). Y, como si eso no fuera suficientemente extraño, incluye también a un grupo de migrantes árabes y palestinos que se asentaron en la ciudad en esos años convulsos. La mayoría de ellos se dedicaría a diversas actividades comerciales.
Los migrantes, provenientes de Argentina, encontraron paz en las calles de altura de la “Capital Histórica del Perú”. Agradecidos y satisfechos con la vida que llevaban en su “nueva tierra”, organizaron una colecta entre su comunidad con la finalidad de donar una estatua…; sí, acertaste, esa estatua es el Cristo Blanco.
La obra fue encargada al artista local Francisco Olaza Allende, quien convocó a los artesanos del barrio de San Blas. Juntos esculpirían la imagen de 8 metros de altura que hoy es uno de los símbolos urbanos del Cusco, una ciudad que palpita la fe que trajeron los conquistadores, pero sin olvidar a sus dioses antiguos.
El protector del Cusco
24 de junio de 1944, en la montaña Puca Moqo se coloca la “primera piedra” del monumental obsequio de la colonia árabe-palestina. Es una fecha simbólica que coincide con el retorno del Inti Raymi, la Fiesta del Sol que fuera rescatada del olvido por un grupo de intelectuales y artistas andinos.
Los esfuerzos creativos de Olaza y de los artesanos de San Blas, sumados al apoyo y la buena voluntad de toda la ciudad, permitió que la hermosa estatua de granito, revestida con mármol, arcilla y yeso que descansa sobre una base de metal, fuera entregada al Cusco y al Perú, en 1945.
Desde entonces, la imagen irradia paz y, de cierta manera, le da la bienvenida a los viajeros de todo del mundo que arriban al Cusco, un destino que, al igual que el Cristo de Puca Moqo, recibe a los turistas con los brazos y el corazón abierto. De eso te darás cuenta en tus próximas vacaciones.
También lo sentirás cuando estés ahí, en la cumbre de ese cerro sagrado, contemplando la geografía urbana en un día de cielo despejado. Uno de esos días en los que el Inti, el Sol divino de los incas, ilumina con sus rayos a Jesús, el hijo de Dios que llegó con los conquistadores.
¿Cómo llegar al Cristo Blanco?
Suele decirse que en las ciudades hay lugares que se deben conocer de todas maneras. Incluso se llega a afirmar —con cierta exageración— que, si no lo haces, mejor ni digas que has estado en ese destino. Bueno, con o sin exageración, eso es lo que sucede con el Cristo Blanco.
Ya lo sabes, tienes que ir al cerro Puca Moqo (3600 m s.n.m.). El ingreso es libre y podrás llegar a cualquier hora. También tienes que saber que la imagen se encuentra en el parque arqueológico de Saqsaywaman (Sacsayhuamán). Una razón más para disfrutar de este mirador natural.
A continuación, te explicaremos las tres maneras de llegar al Cristo Blanco desde el Centro Histórico del Cusco.
A pie o en bicicleta: enrumba hacia el barrio de San Blas y toma la calle Atoqsayk’uchi hasta llegar a la avenida Circunvalación (carretera al Valle Sagrado de los Incas), esta vía te llevará a tu destino. Tiempo: 40 minutos a pie.
En taxi: abórdalos en cualquier parte del Cusco. Todos los conductores conocen el monumento. Ahora bien, si estás en el Centro Histórico existen dos rutas. Una va por la avenida Circunvalación y la otra por calle Don Bosco. En ambos casos el recorrido será de 15 minutos, aproximadamente. Costo: 10 a 12 soles (3 a 4 dólares).
En transporte público: las empresas de combis Cristo Blanco y Señor del Huerto, te llevarán al mirador. Su paradero se encuentra en el mercado Rosaspata y las unidades recorren diversos sectores de la ciudad. Tiempo de viaje: 30 minutos. Costo: 1 sol (30 centavos de dólar).
Atractivos cercanos al Cristo Blanco
Aprovecha tu excursión para explorar el parque arqueológico de Saqsaywaman, uno de los más importantes de mundo andino. Sus enormes muros de piedra, sus túneles y rodaderos de lava volcánica, son atractivos indiscutibles que te dejarán un recuerdo imborrable.
En este parque se encuentra Q’enqo, un sitio arqueológico rodeado de bosques de eucaliptos, donde se habrían realizado rituales mortuorios; la huaca de la Luna, un centro ceremonial en el que se hacían ofrendas a la Pachamama; además, de la construcción militar de Puca Pucara.
Tambomachay, un lugar en el que, según los investigadores se oficiaban ceremonias de culto al agua y rituales de purificación a los viajeros que volvían al Cusco, sería tu última parada. Un excelente final para una aventura que iniciaste bajo la mirada y los brazos abiertos de un Cristo piadoso y protector.